caras cuando las personas llegan a los aeropuertos
Caras extrañas en el aeropuerto. Me gusta especialmente las que se recomponen cuando las personas se reencuentran/ Madrid. J.M

Los aeropuertos son lugares congelados, calmados por los abrazos, las sonrisas y la alegría de quienes esperan y acuden.

Los aeropuertos tienen algunos, suelos brillantes y limpitos, no hace frío, pero se siente cierta frialdad, (atrévase a dormir en ellos) los transeúntes se mueven para aquí y para allá, algunos con prisa, otros con sobra, tomando un café, carísimo, ya se sabe cómo se vende todo en el aeropuerto.

Los aeropuertos son lugares magníficos, una llega a su tierra de destino o la de procedencia, viendo cómo están los tiempos en España, a estas alturas los aeropuertos están saturadísimos: jóvenes para dentro y para fuera. Escenario de nervios por ver a personas queridas, o por un cambio de circunstancias, o por una incertidumbre que aguarda una vez traspasamos las fronteras del aeropuerto. Escenarios de personas que vienen a buscarlos, en tiempos de vuelta al dulce hogar, si es que de dulce tiene algo.

Los aeropuertos están lejos y cerca, allá cuando nos dirigimos, más cerquita cuando de ellos volvemos.

Los aeropuertos tienen cierto encanto, guardan la esencia de los recuerdos que se han generado entre llegada y salida: montañas en Euskadi que absorben al visitante, el rélax de la propia esencia del que visita, la lista indefinida de pintxos en bares que acapara a los turistas, jamón por todos los sitios, olor a marihuana en calles de (in)ciertas localidades, cervezas muy ricas, algunas grandes, otras demasiado pequeñas, a eso se le llama zurito…

Besos entre medias, risas por todos los lados, dedos entrecruzados como si lazos anudados fueran, hablar, pronunciar, no decir nada, mirar, saborear, sentir.

El visitante relata en comparación con su lugar de procedencia; cuánto se echa de menos hablar el idioma materno, esto se come con aquello, la cerveza no sabe igual, ¡qué poca gente en la calle!, ¿y eso qué es?, qué bonito es todo… una entiende en qué está, recuerda la sensación que produce el viaje, el gozo, la libertad en su máxima expresión, la libertad de horarios, llamadas, contacto con la vida cotidiana, la libertad de hacer lo que a una le plazca, con la persona en compañía, o sin ella, que para eso se le llama libertad.

Lo peor llega cuando el día de vuelta se presenta en el calendario. En eso, la libertad no escapa a los aeropuertos. Sí sucede algo excepcional, la libertad de las lágrimas, tanto del visitante como de quien aguardaba, y es extraño, llorar no está bien visto, a excepción de los aeropuertos, se entiende es normal, decir “hasta luego” entristece, no se puede estar contenta a diario, y menos en el día de la vuelta, aunque llorar empeora la situación, no es algo sabido pero sucede, ¡cada lágrima borra un recuerdo! de una persona,un  lugar o varios nacimientos…

Al fin, cuando la hora de embarque llega, el aeropuerto se reduce a la última bocanada del aroma de quien exhala locura, hasta el próximo reencuentro (o no), locura serena, triunfal, amor que suena apasionante, el aroma del visitante se reserva hasta la nueva llegada al (próximo) aeropuerto.

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