Viajar proporciona muchas experencias, por lo tanto aprendizajes, es cierto que en función de cómo se viaje el impacto es diferente, en grado mayor o menor; engrosarnos en pensamientos, o libernos de ellos; disfrutar y desconetar, para volver a hacerlo con nosotros/as mismos/as.
Si no véase todas esas personas que, en la búsqueda del sentido de la vida, se embarcan en el viaje, como si la rutina del país del origen y los horarios marcados de los trabajos habituales, desgarraran cuerpo y alma, y (nos) dejáramos de escucharnos para centrarnos en los decires ajenos.
El viaje es gozo, placer.
En el viaje, de la misma manera que se disfruta, también una se atormenta, en función del momento de la vida en el que se encuentre, bueno o malo, intermedio, gris, sin o con fuerzas, por eso viajar, sentirse fuera o dentro (según también adaptabilidad de cada cual) es ante todo alucinante.
En este último viaje a Turquía, una estancia de algo más de dos meses, he vivido muchas experiencias y he descubierto grandes verdades con las que estaba enemistada:
Aprendizajes
– Recuperar la sonrisa: “El mayor actor revolucionario hoy en día es sonreír”, algo así leí no sé dónde. Estoy absolutamente de acuerdo. Una sonrisa, reírse a carcajadas, llorar de risa, es lo más relajante que existe, más allá de una buena sesión en un Hamam.
– Sentir el amor: Sentirse querida, acariciada, mimada, deseada y escuchada. Sentir que de una misma parten también esas mismas reacciones bellas. Sentir la fuerza del amor, más allá de dificultades geográficas y burocráticas absurdas.
– Tener paciencia: Turquía enseña a tener PACIENCIA. El ritmo es muy lento, los planes no suelen salir tal y como se planificaron, todo cambia de un momento a otro. Me ha llamado muchísimo la atención la capacidad de confianza que tienen las personas con las que me he relacionado en Turquía, en especial, el chico de los ojos verdes. La fe en la humanidad, las cosas saldrán, hay que esperar…
Una persona de mi misma cultura decía que se debe a la fe en Alá, aunque se declaren ateos, por el gran impacto de la religión en este país, laico pero mayoritariamente musulmán. No sé si se deberá a eso, pero claramente percibo una tranquilidad respecto del futuro (no muy prometedor en muchos casos) que me impacta. Y una entonces se cuestiona: ¿Por qué me preocupo? ¿Por qué estoy de mala leche? ¡Menuda tontería! lo que tendrá que venir vendrá, si no es esto, pues será aquello.
– Dejar de estar enfadada con la realidad: entre pasajes de pensamientos, cafés, risas, lloreras, berreos, habla tranquila, tecleo, paseos, ciertas fotografías, hablas extrañas, miradas, caricias… he dejado de estar enfadada con el mundo, la situación periodística, el “muro” que una puede llegar a sentir entre lo que del mundo le gustaría obtener y lo que efectivamente obtiene. Es necesario reajustar, detenerse para no convertirse en una marioneta que vira y vira sin saber en qué dirección camina, analizar, teniendo en cuenta que el mapa nunca es el territorio (véase todas las demandas secesionistas a las que asistimos hoy en día, por poner un ejemplo) y tomar aliento, respirar, recordar por qué comenzamos con lo que iniciamos, sentirlo de nuevo. He dejado de estar enfadada de no recibir el apoyo que me gustaría haber recibido, de cómo funciona el periodismo y las energías que tendré que invertir para publicar mi novela. Estoy preparada y he cambiado de rumbo.
Experiencias
He recordado muchísimo una gran frase que me dijo mi padre, sé que la he reproducido contadas veces en Brave Readers, pero me parece realmente significativa: “Es más importante tener experiencias que un trabajo”, me hablaba de cómo en la sociedad y en su entorno no se comprendía las expectativas de viaje, el querer vivir, sentir de cerca la vida.
– Dar clases de alemán por skype. He disfrutado muchísimo, tengo unas alumnas estupendas, da una flexibilidad absoluta y la calidad de la clase se mantiene, aunque sí que es cierto que hay que prestarle más atención al correo para corregir textos, subir archivos… pero he trabajado desde muchos sitios diferentes, con situaciones realmente cómicas, desde una habitación que contaba con una cama en la que casi me quedo partida de no levantarme en las dos horas, hasta dar clase en una peluquería con el ruido del secador al fondo. Lo único importante es buena conexión, actitud para dar la clase y algo de silencio.
– Convivir con turcos. Ha sido una auténtica locura. Viven en un caos absoluto; sin horarios marcados, sin comidas fijas, con la música a todo volumen.
– Descubrir nuevos lugares en un sitio que ya conocías: Estambul es una ciudad alucinante, me lo sigue pareciendo, a pesar de que no quiera vivir aquí. Los múltiples barrios que la conforman, la hospitalidad y la cercanía de sus habitantes, a pesar del ritmo tan acelerado en el que viven, el contraste de vida que todos ellos generan. Izmir es una ciudad fantástica también, más tranquila y en los últimos años de resistencia ante la política del Partido que el primer ministro Recep Tayyip Erdogán lidera.
– Vivir con lo mínimo: Llevo dos meses con lo justo, de aquí para allá. He convivido con lo justo. Y es una auténtica gozada. Deberíamos de deshacernos de todo lo que no necesitamos, acumulamos tantos objetos y prendas, que no sabemos ni lo que guardamos en el armario.
¡Muchas gracias por seguirme!
Todos los viajes dejan memorias increíbles y maravillosas experiencias, para sacarle mayor jugo a Estambul podría venir bien aprender un poco de turco para romper el hielo con nativos y especialmente con vendedores (aunque su mayoría también hablan inglés), pero no está de más conocer la cultura un poco más y puede ser útil si viajas a localidades más autóctonas propias del interior del país.
Para ello recomiendo Preply en donde puedes agendar clases de turco vía skype con profesores nativos del idioma (https://preply.com/es/turco-por-skype), puede estar útil para practicar un poco antes de esta aventura.
¡Disfrútenla al máximo!
te faltó decir que a Istambul el sobran 10 millones de habitantes! pero qué de gente!
absolutamente de acuerdo, está demasiado poblado ¡!