despertar social a causa de las protestas de Gezi en Istanbul

Se cumple un año de los intentos de demoler el parque Gezi que desencadenó un despertar social inaudito en Turquía/ Kadiköy. Istanbul. J.M

protestas sociales creativas

Si algo han mostrado las protestas sociales ha sido creatividad. Se pintan elementos del mobiliario urbano para protestar /Kadiköy. Istanbul

La chispa social que no tiene precedente, la expresión constante de la duda interiorizada sobre la democracia en las acciones/decisiones del Gobierno. La respuesta a esa duda la tienen muy clara muchos ciudadanos, basta comprobar sus caras de cansancio. Cansancio de inestabilidad, vaivenes políticos, nuevas protestas; Turquía va a peor.

Estambul no habla lo que dice, algo así escribe Orhan Pamuk en su obra “Estambul: ciudad y recuerdos”, donde describe la amargura propia de la que fue capital de Constantinopla, la ciudad de los máximos contrastes, lo mismo una minifalda que un burka. La vida aquí es dura. La misticidad de la ciudad se diluye a medida que el corazón se contrae ante la oscuridad del Gobierno en sus acciones, la fuerza brutal de la policía en su respuesta a los reclamos de la ciudadanía.

¿Ha aumentado la inestabilidad social y política en Turquía a raíz de las protestas Gezi?, me he preguntado. Se cumple un año desde el inicio del despertar social de una parte de la población en Turquía muy cansada con los intentos del primer ministro Recep Tayyip Erdogán de islamizar el país. Un año desde que un puñado de ciudadanos se negara a permitir que el parque Gezi, y el centro cultural Atatürk situado a su lado, fuera derruido por las excavadoras del Gobierno. De ahí, surgió la mecha, de la indignación y el hartazgo.

Miles de ciudadanos salieron a las calles para exigir respeto, democracia, cumplimiento de los cánones que protegen los derechos humanos: la libertad de reunión, manifestación y expresión. Los disturbios se sucedieron, el Gobierno mostró mano dura, pero los de abajo no sucumbieron.

Hubo voz, y desde entonces no ha menguado.

Centro Cultural Atatürk custiodado por la policía

Centro Cultural Atatürk cuyo derribo se evitó, pero que actualmente está custodiado por la policía/ Taksim. Istanbul. J.M

Protestas contra la muerte del joven.

Protestas contra la muerte del joven/ Kadiköy. Istanbul. J.M

Ocurrió con la muerte de Berkin Elvan, un chaval aleví de 15 años en coma a causa del impacto de un bote de gas disparado por la policía en la contestación de aquellas protestas hace ya un año. Su muerte se convirtió en el símbolo de la oposición a las políticas del primer ministro. Todo lo que no sea turco es miserablemente aplastado, socialmente el consentimiento de que eso ocurra parece que se diluye. Durante mi estancia en Batman (este de Turquía) conocí a una profesora que era aleví (es una especie de religión-cultura que se asimila con la progresión ideológica y que ha sido seriamente enfrentada por los sunís). Le pregunté cómo viven en Turquía. Respondió que en una discriminación absoluta: ser mujer y aleví es una desgracia. Al menos, aquellas protestas de hace un año, con la duda sembrada de que los medios mentían, generó otra pregunta a escala social, que unió levemente, sin conseguir vencer los prejuicios y las distancias, las imágenes violentas que desatan la violencia estructural hacia los kurdos: “¿Nos mintieron también respecto del “terrorismo”?

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Ocurrió que los supuestos escándalos de corrupción fueron publicados en Youtube, en conversaciones secretas grabadas, atañían a miembros del Gobierno, al parecer a costa de un supuesto rival islámico que juega desde Pensilvania, y que perdió, ya que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en turco) ganó en las elecciones autonómicas. La ciudadanía se enfureció; salió a la calle. En la calle, de nuevo protestas. Las redes sociales cerradas. Twitter y Youtube, bloqueadas. Pero la gente no parecía alarmada, sí con rostro de cansancio, tampoco de enfado, sino cansancio, fumando un cigarro tras otro, pero no alarmada: están acostumbrados a sobrevivir en la prisión que Turquía es.

Ocurrió la tragedia de la mina de Soma, en las cercanía de Izmir (sur-oeste Turquía y una ciudad que prácticamente representa la oposición a Erdogán por la cultura pro Atatürk). Aquello entristeció, enfadó, volvió a cabrear. Otra vez, el cansancio en el rostro. No de enfado. Sí, cansancio. ¿Tomó el Gobierno las medidas suficientes para garantizar la seguridad de los trabajadores? En un país en el que el trabajo es pura esclavitud. Eso también genera mucho cansancio. Si tienes dinero vives muy bien, si no olvídate. No se llega a fin de mes, no hay días de descanso. ¿Si se observa el funcionamiento de la vida cotidiana laboral podría calificarse de tragedia aquello? O, más bien, ¿de previsible? Las personas salieron a las calles, de nuevo disturbios. Esta vez, incluso los políticos propinaban patadas, en los ciudadanos de los rostros cansados.

rezan por los muertos en la mina Soma en Turquía

Ciudadanos rezan con motivo de los 300 muertos en la mina Soma/ Izmir. Foto cedida por V.Murgoitio

Y ahora, en la celebración del aniversario de las protestas Gezi, un periodista de la CNN hostigado en pleno directo, ¿puede imaginar el lector qué ha vuelto a suceder?

Han salido a las calles,
tienen rostro cansado,
pero fuerza en el alma.

Y la secuencia lógica de la inestabilidad propia,
ha sucedido.

153 detenidos, informa el diario Hürriyet.

Son las hostias de la democracia.

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